Este es el blog de la novela "WHY DO YOU BOMB, BABY?" escrita desde los suburbios del Raval barcelonés, donde se narran historias de amor, desamor, casi-amor con un estilo fresco, ágil, cinematográfico. Un Universo trepidante que dibuja el movimiento Cool del Brooklyn neoyorkino, cruza por el Fashionerismo-Hippy barcelonés hasta llegar a las entrañas de la explotación hotelera en Egipto y todos los submundos que le rodean: Religión, Mafia y finalmente Vida.

sábado, 14 de agosto de 2010

CAPITULO 05


Psicosis

Pasado el control y facturada la maleta rumbo El Cairo me dispongo a sentarme e inaugurar mi lectura con Beigbeder en la sala de espera de la puerta de em­barque 55 donde unos veinte pasajeros máximo esperan a que su vuelo esté listo para embarcar. Las butacas son muchas y el espacio se hace bastante solitario. Es de no­che y no hay demasiada actividad en el módulo 5 de la Terminal A del aeropuerto del Prat.
En la fila de butacas de delante un joven árabe vesti­do por un jersey Armani, con unas gafas Dolce Gabanna y repeinado con una sutil gomina parece estar nervioso. Mira hacia su derecha, hacia su izquierda, está inquieto. Mira a todos lados. Me mira a mí. ¿Qué carajos le pasa?, pienso extrañado. Al momento diviso, cuatro butacas más a su derecha, una sospechosa maleta sin un pro­pietario aparente. No pasan ni tres minutos y el árabe Armani, semi avergonzado, se levanta con cierto aire de preocupación y se lo comunica al encargado de la puerta de embarque. Podría haber una bomba en esa maleta.


El encargado, un clásico españolito, bajito, gruñón y orgu­lloso de trabajar en Iberia y que seguramente había con­seguido un puesto más estable tras haberse pasado años y años volando como asistente de vuelo, llama «Ipso Facto» a seguridad y a juzgar por su cara de espanto esta podría ser una de esas situaciones que golpean las elec­ciones generales de un país. Léase un 11-M. Yo bajo la vista y continúo leyendo a mi amigo Frederick, página cinco. El morito pijo se sienta a mi lado buscando cierta complicidad. Me dice: «May be is nothing…» Le con­testo: «We must do it. Don´t worry». Me doy cuenta de que cada vez más la cordialidad me conduce a la mentira piadosa. Desde luego que yo no lo hubiera hecho. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez sea porque no soy ni americano ni árabe. Porque no tengo miedo ni de que me ataquen ni de que me acusen de atacar. Porque no es mi guerra. Tampoco mi imperio. Tras unos segundos de divagación me pierdo en la lectura del “Windows on the World”.
Beigbeder es un tío honesto, fugaz y con ciertas in­tenciones similares a las mías. Tiene un aire seudo rebel­de que engancha. Lástima que no sepa salir de sí mismo. Windows on the World es una historia cerrada sin mucha trama que relata el desarrollo de los últimos minutos de vida de algunos atrapados en lo alto de la torre sur del World Trade Center de New York el 11-S. ¿Qué pasó dentro de esa torre a partir de las 8:30 de la mañana del 11-S? Una reconstrucción a través de datos captados por cámaras de seguridad, mensajes telefónicos, testigos ocasionales… Un buen campo para la creatividad. Un tema de escritura ciertamente oportunista, a la par que arriesgado. Veamos qué tal…
Doce páginas más adelante, el encargado de la puer­ta de embarque 55 vuelve a llamar a Seguridad con la preocupación en auge. La maleta sigue ahí y nadie de seguridad aparece. El morito pijo sentado a mi izquierda no puede parar de moverse de su butaca. Lo está pasan­do mal. Los cuatro pasajeros que hay, también sentados, al otro lado de la fila de butacas se percatan de la situación. Sus pupilas se dilatan repentinamente. Si fuera por la caballería de seguridad de este aeropuerto y por los «compatriotas» suicidas del morito armani sentado a mi izquierda, ahora mismo Beigbeder tendría otro libro que escribir. Nuestro morito armani no para de mirar la maleta. En la mano tiene una revista Rolling Stone que tiembla al compás de su pulso hiper nervioso. Se refugia en ella para no pensar en la posible bomba, pero no pue­de dejar de mirarla una y otra vez. Y luego me mira a mí. Y luego al encargado españolito iberia. Que a juzgar por el brillo del sudor de su frente empezaba a estar igual de acojonado que el morito. ¿Y cómo no iba a contagiar‑me de esa psicosis? ¿Cómo puede ser que tarden tanto los de seguridad? ¿A qué coño esperan para llevarse esta puta bomba de aquí? Desde luego yo no quiero acabar mis vacaciones en la puerta de embarque por más que Beigbeder le dé luego por sacar de aquí otro Best Seller. No tengo la más mínima intención de ser fruto creativo de ningún pirado escritor que quiera ganarse el pan a costa de la desgracia ajena. Y algo parecido debían pen­sar los demás pasajeros que empezaban a levantarse in­quietos por la ausencia de medidas al respecto. Justo en este momento, cuando la angustia se está apoderando del personal asistente, va y aparece el sépti­mo de caballería vestido de verde y tricornio. Un guardia civil impoluto y un clásico chuloputas de paisano con aire madrileño, pero no, de Barcelona que es mucho peor. Se dirigen al encargado españolito Iberia. Éste, con la nariz sutilmente alta, les conduce hasta la maleta con cierto aire de preocupación profesional y haciendo gala de su momento de protagonismo. El circo está en mar­cha y su expectación también. El guardia civil y el policía de paisano le siguen en fila india. Se detienen. Miran la maleta. No la tocan. Eso también lo podría haber hecho yo, piensa más de uno. Están tremendamente nerviosos. Se miran los tres. Titubean. El españolito-iberia intenta controlar el castañeo de sus dientes. Al chuloputas le co­rre una gota de sudor por la sien pero aun y así toma la iniciativa. Alza la mano dispuesto a examinar la maleta ante la atenta mirada de los pasajeros. Otra gota de su­dor se deja caer por su mentón. Parece que intuye que la bomba va a explotar en cuanto le ponga la mano encima a la maleta. Ya, tan sólo, cinco segundos de terror corren por mis venas. Cuatro. Los pasajeros murmuran lleva­dos por un pánico encubierto. Tres. El morito armani se agarra bien al apoyabrazos de su butaca como si estuvie­ra dentro de un avión cayendo en picado. Dos… Palidez colectiva, sudores fríos, palpitaciones incontroladas… Todo se percibe. Uno… ¡Dios santo…! ¡Oh my God…! ¡Inchallah…! Por Dios, que no toque esa puta maleta. ¡No quiero morir aquí! … ¡BOMB!... o casi.


Finalmente, apareció de la nada un árabe, que por lo ancho de su barriga tendría unos cuarenta, con la boca manchada de mahonesa y con un sándwich en la mano, haciendo aspavientos y riéndose de la situación. Era un barrigón árabe, calvo, que había dejado, abandonada, su maleta en el primer sitio que había encontrado y se había ido a saciar su hambre, y su jodida y alegre gor­dura, al vending del módulo cinco, sin preocupación alguna. Y venía sonriendo ante la estrepitosa cólera vespertina del españolito Iberia que de los gritos casi le deja me­nos pelo del que tenía. La policía se secaba el sudor. Los asistentes estupefactos retomaban sus asientos. El mori­to armani me decía admitiéndolo: «Is nothing…». Pues sí, jodídamente «Is nothing», pensaba mientras peinaba mi perilla a lo Bin Laden europeo. Jodidamente «is no­thing…» ¡Coño!


¡Hostia! ¡Que explote la maleta, joder! Llegados a este punto que explote. Claro que sí. Tanto para nada, no. ¡Ahora tiene que explotar! Quiero que explote. Todos nuestros cuerpos descuartizados tienen que salir volando por los aires. Nuestros brazos, nues­tras piernas, nuestros dedos meñiques, los meniscos de nuestras rodillas, nuestros dientes explotando… nues­tros lóbulos oculares tendrían que salir volando por el cielo hasta caer en la mano de algún taxista que estuviera cobrando al otro lado del aeropuerto. Las gafas Dolce Gabanna ensangrentadas de nuestro morito armani ten­drían que aterrizar en la cara de un bebé recién nacido transportado por su madre al salir de un Boeing 747. El fino bigote del españolito-iberia quedaría incrustado en el muñeco de Ronald McDonalds del aeropuerto, los niños obesos cardíacos en potencia jugarían a ser Ro­nald poniéndose el postizo bigote mientras la madre se alarmaría poniendo el grito en el cielo. Nuestra sangre salpicaría a modo de Miró las paredes de la puerta de embarque. Nuestras vísceras sangrientas se esparcirían por las joyerías del Módulo 5. Y al día siguiente, el olor a putrefacción humana impediría el desarrollo del tra­bajo del equipo forense. Cancelarían todos los vuelos a Shanghai, New York, Kabe Town… Todo el tráfico aéreo internacional suspendido. Seríamos la noticia mundial. La Seguridad española quedaría en entredi­cho, nuevamente. El turismo iría a la baja sobre todo en Barcelona. Aznar, Rajoy y todo el PP se frotarían las manos y al año siguiente nos harían un homenaje con la cantinela del ejército de fondo. Todos los fachas de este país clamarían venganza contra Irak y el PSOE. Ena lloraría mi muerte junto a mi madre y mis hermanos. Me recompondrían tras un meticuloso trabajo propio de un coleccionador de puzzles y me maquillarían para disimular el centenar de reparaciones faciales a las que sería sometido. Adiós a mis vacaciones en Egipto. Adiós a mi casita en Sant Pol de Mar. Adiós a mi orgía mun­dial conmigo como único pene protagonista. Adiós vida cruel, adiós. Todo este trabajo y sufrimiento para acabar así, esparcido como agua bendita por todo el aeropuerto del Prat y todo en nombre de Alá. Gracias. Españolito-iberia, chulito putas tricornudo, morito armani. Gracias a todos vosotros por hacer de mí el sacrificio catalán en la causa binladiana, en la reconquista del Al Andalus, en la absurda yihad eterna. Gracias por enviarme al pa­raíso… por librarme de este mundo tan bonito de le­jos y tan asquerosamente sufrido de cerca. Gracias por darme una nueva vida y librarme de todas mis limita­ciones físicas haciendo de mi cuerpo carnaza de estu­dio científico policial.


Por fin puedo decir que soy libre.

Y al rato la maleta volvía a estar sola. El morito ar­mani leyendo su revista y el españolito-iberia abriendo la puerta de embarque. «Pasajeros del vuelo IB6974 con destino a El Cairo embarquen por la puerta número 55» decía la voz audífona llamándonos a nuestra cita faraó­nica. Finalmente no me frena nada. Me voy a Egipto.

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