Miss P
Esa misma tarde salí a la calle, solo, errante, en busca de argumentos para rebatir las teorías de Ena. Me quería lejos porque sufría por mí. No me podía ver, oír, sentir… en ese estado tan lamentable. Porque es un alma sensible y dulce que le duele hacer daño. Ena buscaba su propia tranquilidad que, evidentemente, yo no había sabido darle. Y lo que era peor, me había puesto substituto. Algún intruso, hijo de puta sin duda, había osado meterse en mi terreno. Y ese pensamiento atropellaba mi sensibilidad, mi orgullo, mi dominio, mi tesoro, mi dulce mundo de papel maché. Hubiera querido matar… pero no tenía fuerzas ni para levantar la cabeza. Estaba hundido. Casi muerto.
Llamé a Didac, un buen amigo que vive en Ibiza después de que un día decidiera abandonar su vida monótona aquí en Barcelona para dejarse en manos de una vida sana en la isla que más mezcla el paraíso de sus playas con la sobredosis de sus discotecas. Todo un reto. Pero lo consiguió. Ahora vive tranquilamente en una casita ibicenca en el pueblo de San Carlos. El pueblo más tranquilo de la isla. En la conversación le comenté que no pensaba llamar a ninguna de mis ex novias, ex amantes, ex rollos, ex céteras… como siempre, Didac se reía…
Al día siguiente por la mañana, Domingo a las 11:27, me sorprendió un sms de Miss P que decía, anoche estuve en el restaurante El Foro y me acordé mucho de ti. Tengo ganas de verte. Un besito.
Después de un plan cultural matutino que consistió en una exposición de pintura expresionista moderna en el MacBa con mi gran amigo Emanuelle y una paella en la playa de la Vila olímpica al medio día (nota: aquí desarrollamos la lúcida teoría del proceso de selección natural americano a base de atiborrar de grasa los glóbulos de sangre de su población obesa gracias al imperio Mc Donalds y el profundo colesterol de sus hamburguesas. McDonalds como regulador demográfico subvencionado por daddy Bush y su pentágono. Perdón por el inciso, prosigamos). Miss P accedió a un encuentro domingo tarde que, tras cuatro mojitos no muy cargados y una cachimba de shisha no demasiado buena, acababa en la cama de su nuevo piso. Colchón doble de látex y grandes cojines negros con un matiz azul marino a juego con la alfombra de su habitación que, a excepción de esa noche, siempre compartía con su novio. Casi seguro el tío más cornudo de toda Barcelona.
Después de aquella enculada nocturna no me pararon de bombardear pensamientos y recuerdos de Ena. Y quién coño me mandaría haberme colado en la cama de un angelito pecador… ¡Dios Santo! Intenté hacer tiempo en el Starbucks de la calle Pelayo tomándome un Moka café acompañado de una Mufin de chocolate. Mientras, interrumpí mi amargura con la lectura de un artículo sobre la recuperación de tabique nasal de Kate Moss, a expensas de que me abrieran el FNAC de Plaça Catalunya, y así, comprarme mi compañero de viaje, un libro de Frederick Beigbeder. Pero me era casi imposible… Mi caramelito, mi ángel protector, mi dulce terremoto, mi sensual gatita en celo… desde luego, nada que ver con Kate Moss… se había ido a la mierda. Y mucho peor aún… había otro andando por los parajes de su deseo, su sensualidad. Vamos, que se estaba follando a otro.
Y, en ese momento, el orgullo me transporta y me dice que yo soy así. Nunca pierdo. Me dejo ganar. Nunca me dejan mis novias. Las dejo que me abandonen. Y lloro mientras veo cómo se alejan. Nunca me echan de mis trabajos. Se lo pongo en bandeja para que me liberen. Y luego me siento preso de la libertad. Y es que una derrota sólo es el inicio de una larga victoria. Una derrota me sirve para aprender cómo ganar la siguiente partida. Y mi partida no había hecho más que empezar de nuevo. Hiroshima y Nagasaki tenían que ser reconstruidas en lo más hondo de mi corazón… La pregunta era ¿Cómo?
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