Este es el blog de la novela "WHY DO YOU BOMB, BABY?" escrita desde los suburbios del Raval barcelonés, donde se narran historias de amor, desamor, casi-amor con un estilo fresco, ágil, cinematográfico. Un Universo trepidante que dibuja el movimiento Cool del Brooklyn neoyorkino, cruza por el Fashionerismo-Hippy barcelonés hasta llegar a las entrañas de la explotación hotelera en Egipto y todos los submundos que le rodean: Religión, Mafia y finalmente Vida.

sábado, 14 de agosto de 2010

CAPITULO 07


Ahmed silver´s teeth

A Ahmed Diente de Plata me lo encontré jugando enérgicamente al dominó en el bar social de la mezquita de Safaga. Un pueblecito tranquilo perdido en la costa del Mar Rojo sin más atractivo que una carretera mal construida, un puerto comercial que embarca hacia Ara­bia Saudí y una abominable mina de fosfato que invade tres cuartas partes del pueblo, y en el cual me dejé caer en busca de mi tan valiosa paz interior. Paz cubierta de polvo de fosfato, igual que todo el pueblo de Safaga. Lo cierto es que en aquella mezquita servían una limonada buenísima y además se podía fumar la mejor shisha del pueblo. A Ahmed Diente de Plata no le iba nada bien la partida de dominó y andaba algo cabreado. Me vio entrar un poco desubicado y se percató de mi presen­cia por algo que más tarde entendí. Sólo un ciego hu­biera podido no verme con mis pantalones tailandeses naranjas y mi pinta de italiano en ibiza que vislumbraba cualquiera en ese contexto casi en blanco y negro. Diga­mos que los árabes no suelen vestir con ropa demasiado llamativa sino todo lo contrario. Procuran no ostentar lujuria. O eso dicen…
Ahmed Diente de Plata apartó la vista de la mesa y fijó su mirada en mí. Me examinó. Por dentro y por fuera. Entró en lo más hondo de mí para conocer mi esencia. Para entender mi pasado. Voló hasta penetrar en lo más profundo de mis entrañas para jugar un mano a mano con mi alma desorientada. A tutearla. A enten­derla. Sentirla. Apasionarla. Seducirla…


Dejó la parti­da, muy a desdén de los demás jugadores pues aún no habían acabado, y se acercó a mí sin poder ocultar cierta aureola mágica.
–Hey… brother… What are you doing here?
–I´m looking for somewhere to drink something and find people… interesting people.
–Yes… big question here… isn´t really easy.
No me costó entender por qué. Ciertamente Safaga era un pueblucho que no tenía mucho que contar al ex­tranjero más que sus corales y sus tres playas privadas. La juerga nocturna aquí no estaba muy desarrollada. Ahmed Diente de Plata me invitó a tomar una cerve­za en la terraza de un café árabe de una amiga donde daban de fumar cantidad suculenta y variada de shisha. Fue llegar allí y sentirnos como en casa. La camarera era una lujuria egipcia que no paraba de golpear en la men­te de Ahmed Diente de Plata. Llevaba una falda roja a juego con su carmín imperfecto y el clavel que adornaba su perfilada oreja. Ahmed estaba sacando sus dotes más cautivadoras y pretendía seducirla, acorralarla, atraparla, asfixiarla, todo sin moverse de su asiento. La mirada de Ahmed Diente de Plata era especial, igual que su sinuo­sa sonrisa. En sí, Ahmed tenía algo mágico. Desprendía una luminosidad diferente del resto y gastaba un carisma especial. Se mostraba como un buen anfitrión. Casi me protegía. Obligaba al resto a seguir ese clima de buena voluntad. Me sonreía como le sonríe un tío a su sobrino lejano. Entre calada y calada de las diferentes cachimbas se movía el tintineo rojizo de la falda de la camarera y Ahmed no perdía conciencia de ella. Ahmed era el cen­tro del universo en su grupo de amigos. Realmente era el que tenía más clase. Y dominaba la alegría y el mando de los suyos. Se enfadaba enérgicamente cuando perdía cualquier tipo de partida, ya fuera de dominó o de sus menesteres personales. Aquel día lo primero que hizo cuando me conoció fue enviarme este sms:
If you found yourself
In a dark room…?!
Walls around you
Are red!
And blood comes
From everywhere!
Don´t be scared!
You are in my heart.
El árabe es un tipo que nace siendo poeta y Ahmed Diente de Plata hacía gala de ello. Eran numerosas las familias que estaban en disputa por casar a alguna de sus hijas con Ahmed. Se le notaba que le gustaba ser un ganador. Tenía ese egocentrismo que le hacía caracterís­tico, ese punto esnob, a su estilo, que le diferenciaba del resto. Nadie llevaba una camisa como la suya en Safaga. Y se fijaba en los detalles del vestir de los demás. Era de los pocos que lucía algo de vestimenta. Siempre invita­ba él a todo. Tabaco, bebida, taxis… Generaba energía positiva a su alrededor con su generosidad. Desprendía alma. Por fuera y por dentro. Investigaba y dejaba ir su intuición, casi nunca fallaba.


En medio de toda aquella aureola, la camarera se acercó con una sonrisa poderosa y le dejó en la mesa el clavel que llevaba en la oreja, mirándole fijamente a los ojos, Ahmed levantó su mirada mientras la cama­rera daba media vuelta dejando tras de sí un reguero ondulante rojo pasión que Ahmed Diente de Plata no podía dejar de mirar. Parecía hipnotizado, llevado por una fuerza mayor. El de esa falda roja que no dejaba de moverse de un lado a otro por la terraza del bar. Ante las risas de sus amigos, Ahmed cogió el clavel y se diri­gió hacia su doncella. Pero antes me dijo: «Tomorrow is a party. A friends will get married. You must come…». Lo último que turbiamente recuerdo, entre el mareo que me producía aquella fumada a base de cachimbas, era a Ahmed hablando en la barra con aquella joya del Mar Rojo. Al día siguiente me levanté con cierta resaca a sa­biendas que tenía una cita.

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