Why do you bomb, baby?
Inicio esta aventura sentado en el asiento 14A del avión A–320 en el vuelo IB 6974 de Barcelona con destino El Cairo (303,57 €) operado por Iberia los martes de cada semana a las 20:25 h. Sí, me voy a Egipto, el 8 de noviembre de 2005. Casi se podría decir que huyo a Egipto. Huyo a otra tierra. A la tierra de los faraones. Sí, realmente huyo.
Necesito abandonar este cancerígeno raval «Made in Barcelona» sumido en su constante degradación especulativa y ciego de la realidad verdadera, que me envuelve desde hace casi cuatro años. A veces echo de menos los viejos tiempos. Echo de menos aquellos «Bar Pepe» o «Bar Manolo» en los que al entrar te anegaba una humareda de Ducados negro, con la emoción local puesta en las intensas partidas de cartas o de dominó mientras en la calle se oía a una puta de cuarenta y tantos años chillándole a un yonki, y en ese impás, aprovechaba el camarero, Pepe, Manolo o incluso Mohammed, según el bar, para decirles, con voz carajillera y tono de reproche, a esos puretas recién salidos de la cárcel, que llevaban demasiado tiempo sin consumir, que como mínimo tenían que tomarse un quinto y que el cortado ya no estaba de oferta. Aquello era el Barrio Chino.
A día de hoy, el Raval mantiene los mismos bares pero con lámparas de colores, alfombras de anticuario barato y sofás recogidos de la calle. En lugar de carajillos de ron a veinte duros sirven caipirinhas a ocho euros. Y ya no se ven abuelos tatuados con su clásico «Amor de Madre», sino pandillas de «erasmus» infectados de acné y lo que sería un sucedáneo de «hippie–fashion–ravaleros–artistoides». Ya no se juega a cartas, ni al dominó. Se juega a ser cultural, mestizo, social, moderno, internacional... Una cosa sí que hemos ganado, ha proliferado el flujo de mujeres bonitas, de preciosidades exquisitas, de frágiles jovencitas dispuestas a cabalgar encima de un apuesto ravalero al finalizar la noche a cambio de un sustancial éxtasis orgásmico, bañado por un par de mojitos suculentos y medio gramo de cocaína, calidad media, tal vez barata. Y, además, hay una marcha nocturna que no tiene nada que envidiar a muchas capitales de Europa, es decir, todo lo contrario, damos ejemplo de cómo debe ser empleada la nocturnidad cosmopolita, si no vengan, vean y comparen. Seguramente más de un madrileño no debe estar de acuerdo con esto. Natural. Aunque eso no quita que de vez en cuando uno tenga ciertos brotes de nostalgia. Nostalgia ravalera.
En Barcelona, el Barrio Chino se convirtió en el Raval, toda una suculenta acción de márketing inmobiliario, y echaron a todas esas familias andaluzas de sus viejos y ruinosos pisos para construir la tan famosa y alabada Rambla del Raval de Barcelona. Aquí se ubican mis aposentos a día de hoy, en la Rambla de «Ravalistán». Rodeado de miles de pakistaníes, de sus locutorios, shawarmas, peluquerías, tiendas de telefonía móvil… Estudiantes del norte de Europa y algún que otro resquicio del antiguo Barrio Chino. Eso sí, andaluces,
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